Disculpa

 

Supersticioso, lo que se dice supersticioso, uno antes no lo era. Aquella leve desazón que a uno le entraba al arrancar del almanaque la hojita del día anterior lunes y doce ¿que podía significar? Nada. Prácticamente, nada. Ni tan siquiera parecíale a uno extraño que su ligero desasosiego se le acrecentara un punto tras no haberle ocurrido percance mayor en muchísimo tiempo (¿un par de meses a lo sumo?).

De suerte que hasta crecíase ante las inquietudes de otros, pobres, a quienes el graznido de cualquier cuervo viejo, rezagado al anochecer, ponía no poco nerviosos y atribulados.

¡Ah! pero cierto día vine yo a trabar insólita enemistad con este insólito Pablo Recio, y aquel día -aciago día, aun cuando nunca he sabido precisar si del todo aciago o no- inicióse el cambio que en bien poco tiempo haría de mí el singular supersticioso en que he venido a convertirme. Sí, porque ya en el instante mismo y siempre más desde entonces, de una manera o de otra se me viene el cielo encima, o poco menos, cada vez que topo con este que me resultó cenizo a fe.

Y así me sucedió justamente ayer.

No era ayer martes y trece, y ni siquiera pardo vi ayer gato alguno cruzar veloz el tejado frontero. ¡Ojalá hubiera visto hasta siete y negros los siete más que la misma noche, que peor no habría podido irme! Porque, indemne desde hacía casi once semanas, dime de pronto con mi cenizo éste y... ¡zas! heme hoy aquí en el trance de hilvanar un prólogo -o conato de tal- para esta sarta de ocurrencias cuyo inefable autor por no romper moldes quiere presentarla no desnuda del indispensable exordio. (Claro, como no tiene el cuitado a nadie de alguna relevancia a quien incordiar en demanda de vestirle el prodigio, la breva ha venido a caerme a mí, cuitado no menos que él).

No pude negarme. Nuestra ya vieja enemistad -que nunca alcanzamos a decidir si nos separa o nos une, o si nos une y nos separa, ambas cosas a la vez- me lo impidió sin posible opción.

Así la cosa pues, entremos ya en materia. Y a ver qué sale, si con barba o sin ella. Pero, eso sí, cumpliéndonos a él y a mí advertir al respetable del riesgo que corre -si resiste la lectura- de haber malgastado un tiempo mejor empleado quizás ante la mismísima "tele". ¡Que ya es advertir ¿verdad?! No fuera luego a decírsenos...