Soledad extraviada

 
 

¡Ay, Soledad, Soledad!
¡Soledad, mujer inquieta!
¿Cómo vas, siendo quien eres,
por esta torcida senda?
Tú pretendes acallarme
y un mucho los ojos cierras
para ver en el demonio
(que te susurra quimeras
de penas sordas tornadas
en felicidad completa)
un príncipe encantador
que hará de ti la princesa
de su palacio que está
tras la ultima revuelta.
Tras la que jamás se es,
Soledad, la que se fuera.

¡Ay, Soledad, Soledad!
¡Soledad, mujer inquieta!
¿Cómo vas, siendo quien eres,
por esta torcida senda?
No sueñes con un palacio
tras la última revuelta,
que tan sólo hay un abismo,
tan sólo la noche negra.
Un abismo endiablado,
una noche sin estrellas:
una noche y un abismo
donde se hastían las necias
que de penas disfrazaron
vanidades y soberbias.
Abre, Soledad, los ojos
que desdoras tu decencia.

¡Ay, Soledad, Soledad!
¡Soledad, mujer inquieta!
¿Cómo vas, siendo quien eres
por esta torcida senda?
Abre, Soledad los ojos,
no juegues a no ser buena,
que tú no sabes ser mala,
que tu debes no ser necia.
Abre, Soledad los ojos
y vuelve aun mejor que fueras,
que no es demasiado tarde
para que te des la vuelta....
No digas, no, que al diablo
no le has visto tu la oreja,
Soledad, que no eres tonta
aunque a veces lo parezcas.
Y, ya alarmada, te pido:
¡Soledad, no más revueltas!...
¡Mira!... ¡La Misión!... ¡Allí!...
¡Ve, mujer! ¡Llama a su puerta!

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Magnífica soledad:
Seguirte en la buena senda
¡qué sosiego me depara!
¡qué alegría me despierta!
Aún te acosará el demonio
tenaz en querer sus presas,
pero ahora, Soledad,
desoirás sus quimeras,
rehuirás sus caminos,
adivinarás sus tretas.
Porque ahora, Soledad,
después de total ausencia
te has encontrado a ti misma,
has descubierto tu senda.
Descubierto, Soledad,
que hay penas que no son penas,
que sin caridad no hay vida,
que sin fe todo es tinieblas,
que sin esperanza se huye,
que sin amor no se llega,
que el débil, para llegar,
de la oración saca fuerzas,
de la dulzura reposo,
ayuda de la paciencia.
Date, date, Soledad,
date a lo tuyo y espera.
Verás qué dorados frutos
los de tu total entrega,
frutos que antes que en el cielo
recogerás ya en la tierra.

¡Dios te guarde y te bendiga,
Soledad, mujer inquieta!